
Aprendí a leer junto a mi madre, cuando preparaba sus clases de literatura. Tenía por costumbre llamar nuestra atención para compartir algún pasaje. Así vine a escuchar a Horacio, Homero, Sheakespeare, Dante. A Jorge Amado, García Márquez, Neruda, Onetti.
Cualquiera caía en nuestros oídos con aquel “mirá lo qué dice aquí” que largaba al aire para el que quisiera prenderse.
En aquel momento era demasiado niña y estaba eligiendo otras cosas en mi vida. No supe reconocer toda la riqueza de aquellos breves comentarios que intercambiaban mis padres y hermanos.
Pero algo quedó latiendo.
Y cuando pude ver, vi.