Identidad: ayuda a tu hijo a liberarse de su "nombre"

infancia, identidad, niños, madres
Es difícil no crear imágenes sobre otra persona. Sin darnos cuenta, de acuerdo a las interpretaciones que hacemos sobre lo que nuestro hijo hace, creamos etiquetas.

Y lo que se inicia en la familia y allegados, continúa luego en la escuela. Otros atributos -positivos o negativos- se suman al “cómo es” de nuestro hijo. 
Si tiene o no habilidad para esto o aquello. Si es "buen compañero" o no.

Con poco más de dos años un niño ya carga con nuestras valoraciones, descripciones. Atributos que condicionan su ser:
·        es inteligente,
·        es irresponsable,
·        es peleador
·        es incapaz de hacerle daño a nadie, etc.

Lo bueno de esto es que ayuda al niño a identificarse. A crear identidad.
Lo no tan bueno, es cuando sólo se ven las etiquetas y no a la persona que crece, se transforma, aprende. 
Cuando se cree que una persona es la etiqueta.

No importa si los atributos son buenos o malos. Lo que importa es que nuestro hijo no los perciba como fijos. Porque cuando los atributos quedan fijos, el niño sufre.
Por ejemplo, un niño con un atributo fijo de “muy inteligente”, si saca malas notas puede sufrir muchísimo. O llevarle a una autoexigencia excesiva para no defraudar lo que se espera de él.

Ayudarles a crear su identidad.

 

Cuando el 16 octubre de 1995 después de la ecografía le pusimos nombre a nuestra hija, sentí que era un regalo. Desde ese momento fue suyo. Lo compartimos con el mundo, y el mundo comenzó a nombrarla.

Lo que atrae el nombre


El nombre, ese derecho que distingue e identifica a esta persona, poco a poco fue vistiéndose de atributos. Éstos comenzaron a jugar un papel importantísimo en la construcción de su identidad. Tanto nosotros, sus padres, como los otros referentes que la querían, sin darnos cuenta fuimos inventando rasgos a ese nuevo ser de acuerdo a nuestras vivencias, interpretaciones, recuerdos. Fue imposible evitar que esto sucediera. Quien la conocía, expresaba una opinión:

  • siempre sonríe,
  • es preciosa, 
  • ¡tiene un carácter!
La opinión pasaba a tener carácter de descripción si dos o más personas adherían al mismo parecer. Eran interpretaciones sobre sus gestos, y fueron quedando adheridos a su persona. Quienes llegaban a conocerla cotejaban lo que veían y confirmaban -o no- su "cómo es": la nariz de Fulano, la sonrisa de Mengano, el carácter de Perengano.

Lo que se inició en la familia y allegados continuó en la escuela.  Otros atributos -positivos o negativos- se sumaron al “cómo es” de mi niña. Si tenía o no habilidad para esto o aquello. Si era "buena" o no. Con poco más de dos años ya cargaba con nuestras valoraciones, descripciones, condiciones.

El nombre es toda esta descripción sobre "cómo es" esta niña. Y por el poder creador del Lenguaje, creímos que lo que nombrábamos "era así". Acomodamos a la persona en esas etiquetas y se inició su identidad.


"La identidad se define objetivamente como ubicación en un mundo determinado y puede asumírsela subjetivamente solo junto con ese mundo. El niño aprende que él es lo que lo llaman"  
La construcción social de la realidad, Berger- Luckmann, p.168


Atravesar el nombre


Junto al lugar físico que creamos para recibir a nuestro hijo, creamos este lugar psico afectivo donde el hijo encaja. A medida que crece, vemos lo que estamos acostumbrados a ver en él. Llega el momento en que los padres caemos en la cuenta que ese hijo nombrado, el que crea nuestro imaginario, no siempre se alinea con el hijo real.

Desde su interior el niño comienza a romper la cáscara de etiquetas que lleva adheridas, un proceso que inicia durante su infancia sin mucha consciencia de su parte. Va creciendo a nuestro lado. Con cada elección que toma se autocrea, a medida que explora e interviene en su realidad. Hace cosas que “no corresponde” con lo que debería hacer y deja de hacer otras que antes le distinguían. Si cuando bebe era “encantador” ahora nos resulta tan “desordenado”. Y re-etiquetamos al niño de acuerdo a lo que observamos.

Quizá esto es difícil de evitar. Sabemos que nuestra tarea de padres es  
  • reconocer a nuestro hijo en ese Ser que va eligiendo ser. 
  • Continuar acompañando su crecimiento, sus elecciones, sus decisiones. 
  • Continuar educando a este hijo real, diferente al imaginado

El camino de aceptación y creación es complejo; no tiene una sola dirección ni un sólo hilo conductor. En la misma trama de vínculos y estímulos que nuestro hijo va creándose va naciendo nuestra nueva forma de ser madre, por lo que es necesario que chequeemos qué sentimos.
Mientras le ayudamos a quitarse los restos del cascarón de etiquetas, nos las quitamos a nosotros.

Trascender nuestra imagen de maternidad


Nuestro hijo va creciendo a nuestro lado y nuestra maternidad debe transformarse para acompañar este proceso suyo junto al proceso nuestro. Porque no somos las mismas que cuando recién nació nuestro hijo.
  • ¿Qué queda de aquellas imágenes que nos habíamos hecho sobre el “ser madres”?
  • ¿Cómo soy madre ahora, que mi hijo ya no es bebé? 
  • ¿Cómo vivo este proceso donde muchos otros participan de su interioridad y cobran importancia? 

Maestros, amigos, parientes. Cada vez que se amplía un poco el círculo del hijo, disminuye la influencia de la madre. Esto es sano pero complejo; el acompañamiento debe permitir que pueda continuar sin nosotras cuando llegue el momento.


¿Con quién conversas sobre este proceso que ocurre en ti?

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