En el día a día vamos postergando lo que nos agrada y justificamos de mil maneras esa auto postergación. Y eso, antes o después, afecta el vínculo con nuestros hijos.
Por ejemplo, antes que mi hija naciera me encantaba caminar. Podía ir caminando desde mi casa a cualquier punto distante de la ciudad, y volver.
Cuando estaba de vacaciones caminaba por la playa hasta el horizonte y volvía. Si iba hablando con alguien, mejor. Si no sola, sin apuro, sin destino, por el placer de sentir cómo el cuerpo se balanceaba entre uno y otro paso. Percibir el equilibrio del movimiento. Me encantaba.
Cuando estaba de vacaciones caminaba por la playa hasta el horizonte y volvía. Si iba hablando con alguien, mejor. Si no sola, sin apuro, sin destino, por el placer de sentir cómo el cuerpo se balanceaba entre uno y otro paso. Percibir el equilibrio del movimiento. Me encantaba.
Cuando mi beba fue grandecita, la sacaba en coche. Las caminatas no eran tan largas, pero existían.
A medida que ella se sintió segura al caminar, el coche le resultó innecesario y mis paseos se redujeron casi a nada. Ir a la plaza con innumerables detenciones pues, ante cada persona, cada perro, cada flor, mi hija se paraba y la miraba. O le hablaba. O todo junto en su media lengua y su paso corto. Llegué a sentir fastidio de sacarla a caminar. Mi cuerpo quería mayor velocidad, el de ella explorar su marcha.
A medida que ella se sintió segura al caminar, el coche le resultó innecesario y mis paseos se redujeron casi a nada. Ir a la plaza con innumerables detenciones pues, ante cada persona, cada perro, cada flor, mi hija se paraba y la miraba. O le hablaba. O todo junto en su media lengua y su paso corto. Llegué a sentir fastidio de sacarla a caminar. Mi cuerpo quería mayor velocidad, el de ella explorar su marcha.
Darte cuenta es un paso
Al criar sola a mi hija no tenía con quién dejarla y ella era demasiado pequeña para caminar rápido, y demasiado grande para agradarle ir en coche. Esto, que era parte de la realidad, iba tiñendo de enojo mi cotidianidad. No recuerdo si me enojaba con ella, pero sí la responsabilizaba de alguna manera. Hablaba en términos: “como es tan chica ya no puedo pasear”.
Un amigo me lo hizo notar. Dijo que no era responsabilidad de la niña ni mía, sino que formaba parte de la nueva realidad.
Desde ese día, cada vez que explicaba por qué no hacía mis paseos, algo chirriaba. Sentía que no estaba siendo sincera al justificar por qué ya no los hacía. Muchas veces las personas dedicamos demasiado tiempo a explicar lo que nos pasa. Encontrar razones y responsables parece solucionar el asunto, y la solución no está en las respuestas verbales. Mirar lo que ocurre con "otra" cabeza y aceptarlo, puede ser la clave para que surjan alternativas que devuelvan el bienestar perdido.
Desde ese día, cada vez que explicaba por qué no hacía mis paseos, algo chirriaba. Sentía que no estaba siendo sincera al justificar por qué ya no los hacía. Muchas veces las personas dedicamos demasiado tiempo a explicar lo que nos pasa. Encontrar razones y responsables parece solucionar el asunto, y la solución no está en las respuestas verbales. Mirar lo que ocurre con "otra" cabeza y aceptarlo, puede ser la clave para que surjan alternativas que devuelvan el bienestar perdido.
Cuando comenté a aquel amigo que ahora me incomodaba la respuesta que daba, me sugirió que comprara una bici. No puedo expresar el placer que fue volver a sentir la libertad del movimiento. Y mi hija, disfrutando el paseo desde su silla.
Me llevó su tiempo realizar la transición de caminar a “bicicletear”. Fue necesario no
 sólo reconocer que ya no podía hacer algo que me encantaba, sino que no había culpables del hecho. Aceptar la realidad fue una de las claves.  
¿Qué cosas que te encantaban, has dejado de hacer desde que eres madre? ¿Fueron sustituidas por otras que te encantan?
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