Identidad y maternidad: educar hijos sin dejar de ser nosotros.


Siendo madre muchas veces me sentí como sapo de otro pozo. Es complejo sostener lo que uno considera apropiado a contrapelo de la cultura familiar dominante. ¿Nunca te pasó -al señalar un límite a tu hija- que te diga "Pero a Fulana la dejan"?
Siempre tuve claro el estilo de persona que quería ayudarle a ser; aún así, fue una tarea ardua y condicionada por ir a contrapelo de lo que hacía la mayoría y por la incoherencia en que muchas veces caí.


Crear familia en este tiempo 

 

Es fácil darse cuenta que la familia que hoy creamos como padres en este siglo XXI es diferente a la que vivimos como hijos durante nuestra infancia. No sólo por la aceleración de nuestra vida cotidiana o la salida de la madre al mercado laboral. La participación de la tecnología en la vida de nuestros hijos es algo nuevo, desconocido en nuestra infancia. A medida que nuestros hijos crecen, la barra de amigos está al alcance de un celular.

Escoltar la elección de quiénes le acompañan ya no puede hacerse como cuando éramos chicos. Antes bastaba que alguno de los padres saliera a la calle para acabar la reunión con la barra de amigos; amigos que, por otra parte, estaban físicamente ahí. Hoy los juegos, consultas de tareas, trabajos en equipos, la mayoría de sus actividades la hace en forma virtual.

Además de la tecnología, otro cambio que impacta nuestras familias es el bombardeo que se realiza a los niños para incrementar su consumo. Y basta que ellos pidan para que el adulto compre, dejando al hijo sin la posibilidad de aprender sobre la postergación, la espera. Estos son factores indispensables para que aprendan a gestionar el deseo.

Esta sociedad es tan diferente a la que crecimos que hemos quitado validez a nuestras vivencias infantiles sobre cómo fuimos educados. Los padres nos quedamos sin referencias. Cada situación planterada por nuestros hijos parece que tenemos que resolverla solos, en parámetros sociales que no tenemos muy claros. Es como si cada vez que se fuera a diseñar un auto, el diseñador tuviera que volver a inventar la rueda. Como si nada de la historia del automóvil fuera utilizable en la nueva idea.

Los cambios que viven nuestras familias de hoy hacen que, a la hora de educar a nuestros hijos, la duda sea terrible. ¿Cómo hacer? ¿Respeto su derecho a libre expresión o le digo que no puede hablar así a los referentes adultos? ¿Conduzco a mi hijo hacia el estilo de persona que creo sano o debería hacer lo que hacen “todos”?
En mi caso, el camino de “todos” no me resultaba atractivo. Muchas veces me sentí sapo de otro pozo, incluso entre madres de mi edad.


Ser madre no se trata de tener hijos

 

Es una gran omisión no advertir a los futuros padres que, para transformarse en padres debe morir la persona que se es. Porque ya no somos responsables únicamente por nosotros, somos referencia de otro ser. Ser referencia es mucho más que ser el sustento; esto último se arregla con dinero. Para ser referencia de otro ser, los padres debemos:
  • Aceptar el duelo de ya no ser uno y hacer lugar a los hijos en nuestra cotidianidad.
  • Reconocer las modificaciones que llegan junto al hijo tanto en lo cotidiano como en nuestro interior. Tanto en lo social como en los conocimientos.
  • Proyectar, imaginar hacia dónde es adecuado conducir a nuestro hijo.
  • Discernir qué herramientas utilizaremos. Y esto no basado en nuestra comodidad sino en el proyecto de ayudarle a ser quien es.
  • Permitir que surja nuestra nueva identidad desde la cual cumpliremos la función materna.
La persona que éramos deberá integrar ahora al progenitor y construir “otra” persona. Una que permita acompañar al hijo que ha nacido, minimizando los riesgos en su desarrollo psico-afectivo-social.

“La otredad es un sentimiento de extrañeza que asalta al hombre tarde o temprano, porque tarde o temprano toma, necesariamente, conciencia de su individualidad.” Octavio Paz en 



A modo de cierre

 

El proceso de crear una nueva identidad no ocurre de la noche a la mañana ni por el solo hecho de leerlo aquí.
  • Se inicia al darse cuenta del proceso de transformación al que convoca la maternidad.
  • Se continúa cuando se acepta que el espejo muestra una imagen de mujer similar a la que se era, y sin embargo una se percibe diferente a aquella mujer.
  • Se finaliza (y vuelve a iniciar) cuando se deja de encubrir la sensación de otredad… y se elige ser otro. Aún a costa de ciertos mandatos sociales sobre la "libertad" individual.

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